domingo, junio 18, 2006

No existe aquello en lo que no se cree

El engaño como normalidad.

Aprendemos a engañar a los semejantes. No se trata de un mal, es un proceso necesario. O ellos o nosotros. El silabario de la vida comienza con un fraude. La traición no es ajena a nuestra naturaleza, lo que pasa es que existe consenso en que nadie quiere ser objeto de ella. Por esa razón se le eleva a la categoría de infamia, porque todos reconocen su malicia y nadie pretende ser traidor, pero.

Cada ser vivo tiene escrita su justificación. Hasta los chacales. Estudiar la infamia debe ser un título necesario para los próximos sociólogos y opinólogos de los matinales. El vicio desde hace mucho deja buenos dividendos, sobre todo cuando existe la conversión del caído a través de una cámara de TV. Las lágrimas lubrican la emoción para una vida mejor.

Si nos manifestamos desde adentro descubriremos algún engaño elucubrado en nuestras sienes. O cientos. La maquinación es un proceso de desgaste que pretende corroer a otros, pero con el tiempo, el cohecho del alma ha corrompido al agente emisor, la contaminación ahoga al contaminante también.

Pero no comienza la verdad a partir de la ceguera del egoísmo.

La esencia del juicio es la formación y el conocimiento.

Tenemos claro que debemos aspirar a la justicia, pero si ella resulta en nuestro perjuicio se requiere eliminar sus efectos. No es una aspiración, es un objetivo principal.

Engañar cuando hemos originado una culpa. No es menor el trabajo, debe hacerse coincidir los tiempos del engaño con los que dominan el mundo material, luego una abstracción debe imponerse sobre una percepción lógica, el engaño debe vestirse con el traje de la transparencia, hacer creíble aquello que ha nacido falso.

Todo está justificado por la simbiosis entre la necesidad circunstancial y el capricho de no ser objeto de un reproche social. El ser humano se sostiene entre la soledad innata y la interactuación permanente con el resto de sus pares, y sólo en esta última esfera es donde el engaño cobra vida y víctimas. Uno se engaña, es verdad, pero sabemos automáticamente de que es así, aún cuando funcionen todos los mecanismos de defensa que nuestro organismo hace ejecutar. El engaño, por lógica genésica, nace en el mundo de las relaciones sociales, traspasando todas las áreas, ciencias y artes conocidas, es sólo en la interrelación necesaria que se ocasiona un acto defraudatorio, la necesidad personal de comunicarse con el resto impone la forma en qué ha de hacerse, el fin es la justificación del modo, la reinterpretación de lo dudoso.

Pero para que vamos ha hablar del engaño si no propongo uno. Por ejemplo, soy artista porque escribo lo que pienso dentro de un contexto gramatical armónico que hace presumible el sentido de lo escrito ¿es un engaño? ¿es una realidad? ¿se puede acreditar la afirmación? ¿es posible su negación? ¿tiene sentido tal afirmación en el mundo material? Podemos hablar lo que queramos sin necesidad de acreditarlo. Hemos nacido dentro de la especulación de quienes detentan los factores de producción, somos innatamente comerciantes vendiendo un producto que, tal vez, ni siquiera ha creado su necesidad. Palabras, sólo palabras.

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