miércoles, septiembre 21, 2011

Sozinho


Desde que me enoje con mi padre, la vida perdió muchos de sus agradables sentidos y sutilezas de cariño. Luego se fue y no alcancé a reconciliarme con él, por supuesto que tampoco conmigo, y lamentablemente parece que he perdido hasta la tristeza.
Deambulo por esta existencia imaginando los laberintos de palabras, ideas, risas, mofas, enfados, carcajadas, lágrimas, dolores, buenaventuras que no vivimos juntos, tan sólo porque ambos imaginamos no tolerarnos más. Pero a poco andar me doy cuenta que no es ese dolor el que me ataca, porque al fin de cuentas, nuestra compañía en el tiempo fue más alegre que triste, hubo más risas que lágrimas, pusimos más corazón antes que ira, y tuvimos más cariño que el que nosotros mismos imaginamos. Mi dolor es peor. Extraño desde mis más hondas sensibilidades y añoranzas volver a tenerlo un instante, unos segundo, tan sólo unos segundos, para decir en palabras mínimas, que mi corazón siempre, bajo cualquier circunstancia y tiempo, frente a lo sublime de la vida y lo tormentoso de la incertidumbre, siempre querría decirle, al menos una vez, que estoy, estuve y estaré a su lado, a pesar de que nunca he creído en otra existencia más que en la que estoy, y me pesa seguir creyéndolo, porque ese es mi dolor, saber que existe sólo lo que se hace, no lo que se piensa, y yo no hice tantas cosas que pude haber hecho y que quisiera que él las hubiera sabido.
Aveces me detengo en un semáforo y las lágrimas surgen raudas y sin premeditación, me quedo absorto y trato de no pensar, porque ya sé de donde vienen, y pensarlo me hiere más. Lloro a mares, como nunca antes imaginé contener tantos Pacíficos tormentosos haciendo naufragar mis vanos intentos de superar, con el paso de los días, los meses y años, los truncos diálogos que mi alma se desespera en gritar.
Nunca había soñado con él, pero al tercer año lo divisé en mis entrañas, sentado con su cuerpo al aire y con una especie de traje de baño, posaba en unas escaleras de mármol conversando con mi mamá, no podía creer que sucediera ese milagro y corrí donde él estaba, lo abracé de inmediato y le dije que siempre lo había querido mucho y lloré, lloré y sentí su brazo en mi cabeza, oí que me dijo algo similar, y luego seguí llorando y desperté en ese dormitorio solitario, con su olor en mi alma.
He evitado seguir llorando, pues debo superar su inexistencia, y me hace mal tanta lluvia que corre por mi cuerpo derrotado, pues ningún éxito profesional ni económico logra superar no haber hecho algo con alguien que debí hacerlo.

Ahora, en momentos que mi vida pareciera entregada a un azaroso ponto de vacilaciones, siento tranquilidad, y realmente no sé porqué, ni de dónde viene, y a pesar de mantener mi tesis de que sólo existe lo que el presente advierte y las reencarnaciones no devuelven a quienes queremos, aveces imagino que el viejo me acompaña, y aún en silencio, sin manifestar nada, mi alma soporta este ostracismo voluntario en el que me he sumido solitariamente.

XXX me llama, y creo que no existe otra alternativa. Me voy en Octubre, solo y en silencio, ya no quiero revuelos, sé que debo volver, pero no quiero, siento que mi hogar ya no es esta tierra en la que siempre he vivido, las traiciones y envidias agobian los ideales y sé muy bien que mi padre fue víctima de ello.

Ella ya no habla, ya no me respira, sus manos no blanden mi cabello, sus ojos dejaron de esparcirse en mi cuerpo, sus palabras me olvidan, mis ojos se cierran. Siento nostalgia, siento lágrimas, mis manos la extrañan, mi pecho la desea. Pero desde la muerte de mi padre, que pensé me haría ser más dócil y asequible, pareciera que el dolor me ha dejado navegando solo en este silencio de tormento, ya no hablo, ya no pienso, sólo existo y hago cosas, trabajo y no me dedico al ocio, sé que esta vida en soledad es muy difícil de llevar si uno no se disciplina, y creo que hoy día es lo único que asegura mi permanencia en esta provinciana urbanidad de lamentos.

No huyo de nadie. Todos han huido de mí.

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