Desde que me enoje con mi padre, la
vida perdió muchos de sus agradables sentidos y sutilezas de cariño.
Luego se fue y no alcancé a reconciliarme con él, por supuesto que
tampoco conmigo, y lamentablemente parece que he perdido hasta la
tristeza.
Deambulo por esta existencia imaginando
los laberintos de palabras, ideas, risas, mofas, enfados, carcajadas,
lágrimas, dolores, buenaventuras que no vivimos juntos, tan sólo
porque ambos imaginamos no tolerarnos más. Pero a poco andar me doy
cuenta que no es ese dolor el que me ataca, porque al fin de cuentas,
nuestra compañía en el tiempo fue más alegre que triste, hubo más
risas que lágrimas, pusimos más corazón antes que ira, y tuvimos
más cariño que el que nosotros mismos imaginamos. Mi dolor es peor.
Extraño desde mis más hondas sensibilidades y añoranzas volver a
tenerlo un instante, unos segundo, tan sólo unos segundos, para
decir en palabras mínimas, que mi corazón siempre, bajo cualquier
circunstancia y tiempo, frente a lo sublime de la vida y lo
tormentoso de la incertidumbre, siempre querría decirle, al menos
una vez, que estoy, estuve y estaré a su lado, a pesar de que nunca
he creído en otra existencia más que en la que estoy, y me pesa
seguir creyéndolo, porque ese es mi dolor, saber que existe sólo lo
que se hace, no lo que se piensa, y yo no hice tantas cosas que pude
haber hecho y que quisiera que él las hubiera sabido.
Aveces me detengo en un semáforo y las
lágrimas surgen raudas y sin premeditación, me quedo absorto y
trato de no pensar, porque ya sé de donde vienen, y pensarlo me
hiere más. Lloro a mares, como nunca antes imaginé contener tantos
Pacíficos tormentosos haciendo naufragar mis vanos intentos de
superar, con el paso de los días, los meses y años, los truncos
diálogos que mi alma se desespera en gritar.
Nunca había soñado con él, pero al
tercer año lo divisé en mis entrañas, sentado con su cuerpo al
aire y con una especie de traje de baño, posaba en unas escaleras de
mármol conversando con mi mamá, no podía creer que sucediera ese
milagro y corrí donde él estaba, lo abracé de inmediato y le dije
que siempre lo había querido mucho y lloré, lloré y sentí su
brazo en mi cabeza, oí que me dijo algo similar, y luego seguí
llorando y desperté en ese dormitorio solitario, con su olor en mi
alma.
He evitado seguir llorando, pues debo
superar su inexistencia, y me hace mal tanta lluvia que corre por mi
cuerpo derrotado, pues ningún éxito profesional ni económico logra
superar no haber hecho algo con alguien que debí hacerlo.
Ahora, en momentos que mi vida
pareciera entregada a un azaroso ponto de vacilaciones, siento
tranquilidad, y realmente no sé porqué, ni de dónde viene, y a
pesar de mantener mi tesis de que sólo existe lo que el presente
advierte y las reencarnaciones no devuelven a quienes queremos,
aveces imagino que el viejo me acompaña, y aún en silencio, sin
manifestar nada, mi alma soporta este ostracismo voluntario en el que
me he sumido solitariamente.
XXX me llama, y creo que no existe otra
alternativa. Me voy en Octubre, solo y en silencio, ya no quiero
revuelos, sé que debo volver, pero no quiero, siento que mi hogar ya
no es esta tierra en la que siempre he vivido, las traiciones y
envidias agobian los ideales y sé muy bien que mi padre fue víctima
de ello.
Ella ya no habla, ya no me respira, sus
manos no blanden mi cabello, sus ojos dejaron de esparcirse en mi
cuerpo, sus palabras me olvidan, mis ojos se cierran. Siento
nostalgia, siento lágrimas, mis manos la extrañan, mi pecho la
desea. Pero desde la muerte de mi padre, que pensé me haría ser más
dócil y asequible, pareciera que el dolor me ha dejado navegando
solo en este silencio de tormento, ya no hablo, ya no pienso, sólo
existo y hago cosas, trabajo y no me dedico al ocio, sé que esta
vida en soledad es muy difícil de llevar si uno no se disciplina, y
creo que hoy día es lo único que asegura mi permanencia en esta
provinciana urbanidad de lamentos.
No huyo de nadie. Todos han huido de
mí.
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